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domingo, 31 de agosto de 2008

MEMORIAS DE ESTUDIANTE Y PROSTITUTA SICILIANA EN BERLÍN

"Fucking Berlin", las memorias de una estudiante italiana que se dedicó a la prostitución para pagarse los estudios, se convirtieron en un éxito editorial en Alemania, revelando la realidad de la vida cotidiana en la industria del sexo, que en la capital alemana representa una facturación anual de 300 millones de euros. Cuando Sonia Rossi (el seudónimo detrás del cual se esconde la autora) llegó a Berlín tenía 18 años, venía de Sicilia y no tenía mucho dinero: el padre administraba un hotel, y la madre era bibliotecaria.

La joven trabajó durante algunos meses como camarera en un bar del centro de la ciudad, pero dijo que aún multiplicando las horas extras y las propinas su sueldo no alcanzaba, por lo que decidió explorar otras actividades.

La prostitución no fue la primera opción para Sonia: primero trabajó como "stripper" para un sitio erótico en Internet, luego como masajista en un centro de estética. Hasta que un día se le ocurrió visitar unos de los burdeles -legales en Alemania- de la ciudad.

Allí Sonia descubrió que el supuesto más antiguo oficio del mundo representa de hecho un recurso económico para algunas categorías de mujeres, como las jóvenes madres solteras -que dejan a sus hijos en una guardería por la mañana, antes de ir a trabajar- y las estudiantes como ella. Existen incluso burdeles que sólo reclutan a estudiantes, ya que muchos clientes las prefieren.

La joven autora subraya que nunca se sintió forzada a prostituirse: "Cuando era niña -cuenta- no me faltaba nada, y con mi trabajo de camarera no tenía acceso al nivel de vida al que estaba acostumbrada. La prostitución puede ser una actividad muy redituable, para una persona sin inhibiciones sexuales".

Y es así que durante tres años (ahora tiene 25) Sonia mantuvo una doble vida: de día era una estudiante más en la Universidad de Berlín, y de noche una prostituta profesional en un conocido burdel del centro de la ciudad.

En ese lapso, la joven tuvo tiempo de acumular una serie de historias y anécdotas sobre el mundillo de las prostitutas, que constituyen acaso la clave del éxito de "Fucking Berlin", ya que presentan un retrato inédito de la otra cara del mercado de la prostitución, o sea los clientes. Está el padre de familia que aprovecha que la esposa está estacionando el automóvil para concederse un "servicio rápido" (30 euros), el propietario de una galería de arte de Nueva York que se enamoró de una de sus colegas, o el cliente habitual que -no pudiendo cumplir con una cita que había fijado, porque estaba engripado- le manda avisar a Sonia... a través de su esposa.

Sin olvidar el caso del anciano señor, que pagaba a las prostitutas sólo para acariciarle las piernas mientras escuchaba discos de jazz y bebía vino tinto, y que sufrió un infarto mientras estaba en el burdel. Las chicas le tenían tanto cariño que organizaron turnos para acompañarle en el hospital.

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