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domingo, 13 de abril de 2008

Pizzo - Impuesto mafioso

En la tierra más desgraciada de Italia ha surgido la esperanza, con ciudadanos heroicos que por primera vez se plantan ante la Mafia, se organizan y creen que es posible cambiar las cosas

«Hace dos meses salió uno de la cárcel diciendo que me iba a matar por 80 gramos de cocaína. Ya ves, ése es mi precio». Vincenzo Conticello sonríe, aunque parece una mueca. Lleva dos años con escolta. Seis personas, 24 horas. Con 50 cámaras en su casa y en su trabajo, la Antica Focacceria de Palermo, histórico restaurante de la plaza de San Francesco. Es célebre porque Garibaldi paró a comer allí y Pirandello tomaba el aperitivo. Ahora el famoso es su dueño: Conticello se ha plantado ante Cosa Nostra. Se ha negado a pagar el 'pizzo', el impuesto mafioso que se exige a todos los comerciantes.

Lo paga el 80% de las empresas de Palermo. Pero hizo más, denunció a su extorsionador. En el proceso el juez le preguntó si lo podría identificar. Él se giró y lo señaló con el dedo. Estaba entre el público, para intimidar. Jamás nadie había osado tanto en Sicilia. Se supone que Conticello es hombre muerto.

Dos 'carabinieri' metralleta en mano vigilan la puerta del restaurante.En este viaje de norte a sur de Italia, en un país desesperado, deprimido, que se hunde más a medida que se baja, se espera lo peor al llegar al fondo. Pero en Palermo surge la esperanza donde menos se imagina, en el lugar más desgraciado. En la tierra más pobre, más cruel y más hermosa ha nacido un frente civil de ciudadanos valientes. Héroes en un mundo de mierda.

La chispa de esta primavera saltó en 2004, cuando siete chicos que querían abrir un bar se preguntaron qué hacer cuando les pidieran el 'pizzo'. Decidieron que no pagarían. Son aquellos niños que en 1992 quedaron marcados, como todo el planeta, por las masacres de los jueces Falcone y Borsellino. «Un pueblo que paga el 'pizzo' es un pueblo sin dignidad», se dijeron. Con ese lema amaneció un día Palermo lleno de carteles. Había nacido la organización Addio Pizzo (Adiós Pizzo). Se rompió un tabú. movimientos similares han surgido en Nápoles, en Calabria, en el resto del sur en manos de las mafias.Era algo impensable en Sicilia, donde los comerciantes asumen el impuesto mafioso como un coste más.

Donde el que abre un negocio busca al capo del barrio para presentarse. Donde si una tienda sufre un atraco, se va antes al mafioso de turno que a la Policía. Se paga una tarifa fija, o una vez al mes pasa alguien del clan, hace la compra y se va sin pagar, o se debe dar trabajo al que ellos digan. Paseando por Palermo ahora mismo se encuentran tiendas con el círculo y el aspa naranja de la pegatina de Addio Pizzo. Se han asociado hasta ahora 255 comercios. Bares, ópticas, agencias de viajes, cines, supermercados...

Están diciendo en voz alta que ellos no pagan, que no se pliegan, que no tienen miedo. «Uno solo está perdido, no se puede personalizar el enfrentamiento, pero juntos somos más fuertes. La idea es crear un consumo crítico, un circuito de una economía y una comunidad limpia», explica Antonella Lombardi, una de las voluntarias de Addio Pizzo. Al mismo tiempo recogen firmas de ciudadanos que apoyan su batalla.

Es decir, consumidores que buscarán esas tiendas sanas. Han firmado 10.000 palermitanos.Es la respuesta del pueblo ante la política inmóvil, cuando no complaciente y cómplice de la Mafia, como ha ocurrido históricamente con la vieja Democracia Cristiana. El presidente de Sicilia, Totó Cuffaro, de la UDC democristiana, ha sido condenado en enero a cinco años de cárcel en un proceso por revelación de datos policiales a 'capos'.

Tras la DC, el dominio de Sicilia pasó a Berlusconi. Se puede decir que Cosa Nostra le vota, pues controla buena parte de las elecciones. Es famoso el 61-0 que consiguió en la región 'Il Cavaliere' en 2001.El 'voto de scambio', de intercambio, es normal en Sicilia. La Mafia promete regalos, trabajos o favores a la gente a cambio del voto a un partido, según sus intereses. Por algo se prohíben ahora los móviles con cámara en las cabinas electorales: sirven para fotografiar la papeleta y probar al capo local que se ha obedecido. «En un fenómeno vastísimo, en este mismo mercado en las elecciones se vende dignidad por comida. Se dan lavadoras, móviles con recargas, una compra del supermercado, se pagan facturas, todo vale para gente desesperada», denuncia Anna Finocchiaro, la candidata a la presidencia de la región del PD de Veltroni y una de las mujeres más valoradas de la política italiana.

Está en el precioso mercado callejero del Capo, en el viejo Palermo, en un pequeño mitin, porque en Sicilia hay elecciones regionales tras la dimisión de Cuffaro.Finocchiaro comparte cartel y campaña con Rita Borsellino, la hermana del legendario juez Paolo Borsellino, asesinado con Falcone en 1992. Es un símbolo de la lucha contra la Mafia, una mujer de una pieza. «Éste no es un pueblo libre, la gente está condicionada porque debe satisfacer sus necesidades primarias y la Mafia lo esclaviza», lamenta. También está Pina Maisano, viuda de Libero Grassi.

Este comerciante fue el primero en Sicilia que se negó a pagar el 'pizzo', con una carta abierta a la Mafia en el Giornale di Sicilia. Pero estaba muy solo, el Estado ha abandonado siempre a sus héroes en la lucha contra Cosa Nostra, como al general Della Chiesa, a Falcone, a Borsellino. Todos muertos. Grassi fue asesinado en 1991. «Algo está cambiando, la gente está reaccionando, yo tengo esperanza. Si tenemos la desgracia de que gane otra vez la derecha no cambiará nada», murmura.Un policía escépticoElla, Finocchiaro y Borsellino, rezuman coraje cívico, les emocionan iniciativas como las de Addio Pizzo, creen que Sicilia puede cambiar, que es el momento de un giro político histórico... Pero saben que, salvo milagro, van a perder de calle. Sicilia es implacable, no ha cambiado tanto.

Un mando policial que pide mantener oculta su identidad no cree que haya una primavera en Palermo. Es más pragmático: «Estamos en la más grave crisis económica desde la posguerra y la gente no llega a fin de mes, no puede ni pagar el 'pizzo'». Puede ser, pero hay algo más en las historias de Addio Pizzo. Un niño que, tras una charla de la organización en el colegio vuelve a casa y le pregunta a su padre si él paga el 'pizzo'. Su padre se apuntó a la asociación al día siguiente. «Nuestro país, sus políticos, están enfermos de Mafia», dice con tristeza Conticello. «La educación es la clave, empezar en las escuelas, ser muchos, cuando quien dice 'no' no soy yo, Vincenzo Conticello, sino 'nosotros', los comerciantes, los estudiantes, los ciudadanos, entonces se acabó. No pueden matarnos a todos».

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